Diapsálmata de Sören Kierkegaard



Los micro-relatos del filósofo danés Sören Kierkegaard todavía sorprenden a los estudiosos: ¿son parábolas, acertijos, alegorías poéticas o bromas metafísicas? Aquí trascribimos tres ejemplos de su libro de aforismos y fragmentos “Diapsálmata” (1842):

“Una vez sucedió que en un teatro se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió al proscenio para dar la noticia al público. Pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia y los aplausos eran todavía más jubilosos. Así creo yo que perecerá el mundo, en medio del júbilo general de la gente respetable que pensará que se trata de un chiste” (Fragmento 54)


“Mi melancolía es mi castillo, instalado en la cima de una montaña, alto como un nido de águilas y casi perdido entre las nubes. Nadie puede asaltarlo. Desde él emprendo mi vuelo y me dirijo hacia abajo, a la realidad, en donde capturo mi presa.
Pero no me quedo allí abajo sino que retorno con la presa a mi castillo y me pongo a bordar una imagen en los tapices de todos los salones. Entonces vivo como un muerto. Sumerjo todo lo que he vivido en el bautismo del olvido, hasta convertirlo en la eternidad del recuerdo” (Fragmento, 88)


“Me ha acontecido algo maravilloso. Fui arrebatado al séptimo cielo. Allí, sentados en sus tronos, estaban reunidos todos los dioses. Y, por especial gracia, me concedieron el favor que les pidiese algo. ‘¿Qué quieres?, me dijo Mercurio. ¿Quieres juventud, belleza, podrá, una larga vida, la más hermosa de todas las muchachas, u otra cualquiera de de las mil maravillas que tenemos guardadas en nuestra buhonería? ¡Ea, escoge, pero solamente una cosa!’. En el primer momento me quedé atónito, pero recuperándome en seguida, me dirigí a los dioses y les dije: ‘venerables inmortales, ésta es la cosa elegida: que siempre tenga risa de mi parte’. Ni siquiera uno de los dioses contestó una palabra, al revés, se echaron todos a reír. Y de ello saqué yo a conclusión de que sus súplicas habían sido atendidas. Me pareció, además, que los dioses no podían haberse expresado con mayor finura y que lo impropio habría sido que me hubieran contestado seriamente. ‘¡Concedido!’.” (Fragmento, 90).